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Pequeño post insomne



Camino a casa hay un amplio y medio seco camellón en cuya exacta mitad se abre una cancha para jugar básquet.
La chica lleva unos vaqueros a la cintura, una blusa sin mangas azul cielo, y el cabello castaño hasta los hombros. Una belleza. Pese a que su estilo de botar el balón deja mucho que desear (a dos manos), la escucho reír y retar a los dos chicos que con el peso en una pierna aguardan pacientemente a que les devuelva el balón. Ella les muestra la lengua, se coloca en la distancia de los tres puntos, de espaldas, y con un movimiento de resorte (expulsa el culo y luego lo devuelve en un sólo impulso mientras sus brazos dibujan una elipse que va de las rodillas hasta la cabeza),
lanza el balón que ejecuta una parábola digna de tener mención en algún poema.
Mientras vuela, parece que todos nos vamos a quedar ahí hasta el anochecer. El balón gira mostrando los gajos desde una perspectiva diferente cada segundo pero la verdad es que no da la impresión de querer llegar a la canasta. O quizá se deba a que el aire y el último sol han dejado la tarde cargada de tardanza, llena de sopor.
Al otro lado de la calle hay una tienda de abarrotes en la que un par de niños juegan a meter monedas en la maquinita de apuestas o de adivinar el futuro. Junto a las canchas, sentados en el bordillo, un grupo de chicos miran también la trayectoria del balón pero con la calculada indiferencia que deben mostrar. Están ahí pero no están. Miran el culo de la chica pero no lo miran. Entre las rodillas tienen botes de agua y refresco y de vez en vez meten la cabeza entre las rodillas y dejan caer una moneda de saliva. A veces el resfresco les espesa la saliva por lo que no es raro verlos luchar contra un hilo brillante que se niega a tocar suelo. Luego regalan un vistazo al balón que viaja e inmediatamente después se concentran en lo suyo.
Yo soy un pasante así que no juego mucho en el ambiente. Llevo mi mochila de tonto, mi mentón mal afeitado y la compostura de haber (no me pregunten por qué) cedido mi libro de Las correccones y una cajetilla de cigarros por sólo $25 a un policía judicial. Mientras doy un paso el balón vuela directo a su objetivo. La mirada de los chicos ha pasado de una marcada indiferencia a un interés claro. Yo me detengo. El balón pega en el aro dos veces, como un nadador que se expulsa desde el trampolín, y cae, tan perfectamente como puede hacerlo, rozando la red blanca y azul.
La alegría de la chica se muestra sincera y épica. Por lo pronto vuelvo a casa, me sirvo de comer y veo televisión. Más tarde estoy aquí, recordándola un poco, aspirando mansamente lo que quedó del día y dejando que de algún sitio se descuelgue la imagen de la chica y el balón justo frente a mis ojos. Luego es hora de ir a la cama. Luego es hora de dormir. Ha sido un lardo día. Un largo y extraño día. Pienso en aquella adolescente de cabello castaño. Sus manos arrojan algo esférico por los aires, algo que ya entrados en vena, podría ser cualquier cosa. En un acto de malabarismo me veo en los aires. La canasta es un puro espacio oscuro. Vuelo directamente a él. Caigo. Los ojos se me cierran. Esto es todo, me parece. Así que cuando caiga provocando un zumbido por el roce contra la red, estaré en el mejor de los mundos. Esto es todo. Alto. Cambiuo y fuera.

posted by Unknown @ 9:37 PM,

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