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2666, de Roberto Bolaño (reseña)



2666, de Roberto Bolaño
Mauricio Salvador


Animado por la soltura que ofrece poseer un blog (el último fenómeno de interacción masiva), publiqué durante diversos días los siguientes textos que conforman mi lectura particular de la novela póstuma de Bolaño, 2666, que Anagrama publicó en octubre del año pasado.


La parte de los críticos
La canonización del escritor y la búsqueda

Unos cuantos días después de leer la primera parte de 2666, La parte de los críticos, advierto, inusualmente (porque es algo que salta a la vista), las raíces que comparten 2666 y Los detectives salvajes, las dos novelas prismáticas de Roberto Bolaño, sus novelas gemelas. Antes me había puesto a elucubrar sobre ciertos parentescos con otras novelas, o con la significativa búsqueda norteamericana de sus glorias literarias, la visita al maestro, como en Henry James, Philip Roth y tantos otros. Después salta a la vista lo evidente, que la búsqueda que los críticos hacen de la figura de Benno Von Archimboldi no es otra que la búsqueda que en su momento llevan a cabo Arturo Belano y Ulises Lima de la poetisa Cesárea Tinajero. Estructuralmente, repito, es evidente. Lo que no lo es tanto, es el cambio íntimo que de sus búsquedas hacen los protagonistas. Aquí subyace una idea que ha batallado durante el siglo xx en las poéticas y en las academias, la idea del escritor enfrentado a su obra, donde en Bolaño al menos, percibimos como una batalla en la que el escritor, carne y hueso, resulta vencedor. Es un tema recurrente a la hora de hablar de Bolaño, la aparente confusión entre vida y arte, entre realidad y ficción. Pero días después me pongo a pensar que tal similitud ha cambiado sustancialmente. No sólo en un plano formal, no en que Belano y Lima son ahora cuatro críticos de fama internacional, sino en algo más esencial. Cuando leemos 2666, al menos yo, no podía quitarme de la cabeza este objetivo estúpido de los cuatro críticos por darle el lugar que se merece a Beno Von Archimboldi, un objetivo que Archimboldi nunca pidió. Y aquí vemos que esta búsqueda, la trivialización del autor por sus mejores lectores, es el primer peligro que corre Archimboldi. Como si la crítica estuviera pasando una dura prueba para justificarse ante lo que le da sentido: la obra de arte. Incluso se habla del Nóbel para Archimboldi, el fantasma que tarde o temprano habría perseguido, no sé si de manera seria o ridícula, al mismo Bolaño. En Los detectives salvajes, hasta donde recuerdo, esta canonización del escritor carecía de argumentos. Me recuerdo viendo la búsqueda de Arturo Belano y de Ulises Lima más como la búsqueda personal que como la búsqueda de una obra. En este caso Cesárea Tinajero estaba lejos de representar lo último de lo último en cuanto a estatus literario se refiere. Con una alocución barata, digamos que Arturo Belano y Ulises Lima se buscaban a sí mismos, pero no buscaban justificarse como los críticos de 2666, cuyas vidas están encaminadas a dar a conocer al mundo a este escritor desconocido y grandioso, del que sólo sabemos que es un gigante y poseedor de unos tristes ojos azules. Entonces me pongo a pensar irremediablemente si no estará sucediendo lo mismo con Bolaño, si esta horda de reseñas, artículos, homenajes, (estas mismas palabras) no estarán menoscabando su misma obra. Una preocupación estúpida teniendo en cuenta los tantísimos fans que le salen a cada paso. Pienso que una lectura más o menos seria de la obra de Bolaño tendría que responder al tanteo por lo menos, lo que se da como un hecho, la influencia de Bolaño, los nuevos caminos que ha abierto para la literatura. Se dice fácil. Bolaño es el escritor más influyente de los últimos años. ¿Pero por qué él? Por qué no Vila- Matas o algún otro? ¿Qué tiene Bolaño que no tiene el resto? Con una de mis frivolidades típicas puedo soltar palabras idiotas, su valentía ¿qué valentía? ¿qué tipo de valentía? ¿hacia qué? o su actitud: las mismas preguntas. Al menos creo que yo sí me considero un lector de Bolaño, no un lector incondicional porque hay trucos bolañescos que veo muy seguido y me molestan. Pero no olvido la sensación que me produjo leer Llamadas telefónicas, los varios cuentos que me parecieron los mejores que había leído en mucho tiempo en lengua española. Pero eso no contesta a la pregunta de por qué Bolaño es tan influyente. ¿Por qué el?

La parte de Amalfitano
Hora de la comida. Cielo despejado. Releo la primera parte de mi reseña y descubro las inconsistencias, las ideas sin desarrollar. Esta mañana he terminado de leer la tercera novela, La parte de Fate, con el sentimiento que antes me habían provocado otros libros de Bolaño, como Estrella distante, como ciertas partes de Los detectives salvajes. Un sentimiento de extrañeza por acumulamiento, la sensación de que has pasado por una experiencia y la sigues experimentando. Después de una mañana calurosa consideraciones de este tipo parecen ajenas. Miro a mi alrededor y contemplo mi realidad, la música de los vecinos a todo volumen (vecinos que viven a una cuadra pero cuyos aparatos de música de última generación son capaces de hacer vibrar un radio de treinta metros), la habitación desaseada, yo mismo en una postura algo cavilante y descuidada. Si esto se alargara, como llegó a sucederme en temporadas cuando acudía a la universidad, si esto se alargara el efecto de extrañeza se vería devorado por la ociosidad, primero, luego por la falta de entusiasmo, y finalmente por la decepción. Y poco a poco, con el paso de los días, se vería más remota la posibilidad de recomenzar con una sonrisa de felicidad, con ganas de hacer las cosas. Recuerdo que a los siete u ocho años solía sentirme visitado por las ilustraciones de mi libro de lecturas de la primaria. Recuerdo que las figuras de Dafnis y Cloe se trasponían a la realidad y aparecían cada noche para ponerme los pelos de punta. Fue algo que duró cerca de un mes. Ya he platicado de esto antes. Hasta que mi madre difundió el rumor, colocó una virgen en la pared por consejo de una vecina e inmediatamente las apariciones cesaron. Por eso cada vez que me hablan de visiones o cosas por el estilo no lo dudo ni un momento. Yo había puesto las ilustraciones de mi libro de lecturas en mi propia habitación. Me atraían y me atemorizaban. Y en cierta medida sigue sucediendo con las cosas que te atemorizan o te fascinan. Mi propensión a soñar con accidentes aéreos, por ejemplo. Ayer que leí La parte de Amalfitano pensé, por principio de cuentas, que no era una parte buena, que se le veía descuidada, sin mucho sentido. La descomposición psicológica de Amalfitano parecía demasiado explícita. Eso, desde un punto de vista estrictamente literario. Pero cuando miro a mi alrededor y descubro algunas de las cosas que rodeaban a Amalfitano (esta realidad únicamente mexicana), me siento un poco más cercano a sus temores y sus obsesiones. Lo otro, su mujer huyendo para reencontrarse con el poeta que la hechizó en su juventud, que una noche la poseyó frente a sus amigos, y que después fue a parar al manicomio, eso ya es lo bolañesco por excelencia. La inserción de la realidad literaria en la realidad real, por así decir, la obsesión por las figuras literarias, más explícitamente por la figura del escritor que ha preferido el anonimato y la oscuridad. Y con ello la aparición de alguien que se cree obligado a redimirlo. Ese es el Bolaño que se ve a primera vista. Una de sus recurrencias favoritas. Lola, la mujer de Amalfitano, prefiere abandonar a su hija y a su hombre para ir al encuentro de este poeta senil, que debe ser rescatado de la oscuridad, y que finalmente no siente el menor aprecio por esta mujer “liberada”, de izquierda, poética, atávica, estúpida. Es esta recurrencia la que a veces hace flaquear a Bolaño, la necesidad de esta incesante búsqueda de una figura literaria a la que nadie le puede probar sus méritos sino unos cuantos discípulos convencidos de su valía para el mundo. Otra visita al maestro, otra cópula frustrada con el maestro. Afortunadamente la figura de Amalfitano se muestra más cercana, aunque la factura de esta parte deje dudas. Sin embargo, es necesario ver como Bolaño la empotra con La parte de Fate, para ver en toda su plenitud la figura de un Amalfitano no sólo en su descomposición intelectual y emocional (como bien han atestiguado los críticos y la propia Lola) sino consciente de que su destino en Santa Teresa está marcado. Así vemos, en La parte de Fate, que su única salvación consiste en salvar a su hija Rosa. No sé qué más decir. Amalfitano es el único personaje empotrado en las tres primeras partes y el que por debajo parece darles unidad más allá de Santa Teresa, más allá de los asesinatos que han comenzado a vislumbrarse. Entre todo ese montón de basura norteña, ¿hay algún escritor que se haya atrevido a tocar el tema, fuera de periodistas o de González Rodríguez? No lo creo. Sólo se han dedicado a plasmar el folclor de la frontera, el folclor de la frontera (que no es poco, la verdad) pero no creo que ninguno haya logrado crear la atmósfera. Y cuando pasaba las últimas páginas de Fate, la atmósfera opresiva e irreal de Santa Teresa comienza a atacarte, y entonces los cadáveres de las mujeres asesinadas, todas esas imágenes que has visto por televisión, te llegan de golpe. Y no ha habido necesidad de sorrajarle ningún balazo en la nuca en nadie, al menos no por el momento.

La parte de Fate.
¿Cuando empezó todo?, pensó. ¿En qué me sumergí? Un oscuro lago azteca vagamente familiar. La pesadilla.

Quincy Williams, mejor conocido como Oscar Fate, tenía treinta años cuando murió su madre. A partir de ese momento su vida transcurrirá a través de ese lago azteca cuya profundidad es difícil de describir y cuyos misterios resultan inaccesibles. Para comentar un poco esta parte de 2666 hace falta un poco de misterio barato, suspense con agua. Es la historia del conferencista y predicador Barry Seaman, el que en sus tiempos fundara junto a Marius Sewell el movimiento de las Panteras Negras, y experto, también, en cocinar costillas de cerdo. Es la historia de Merolino Fernández, el fugaz semipesado del boxeo mexicano. Es la historia de Chucho Flores y de Charly Cruz, de Rosa Méndez y de Rosa Amalfitano. Es el primer vislumbre de la realidad de Santa Teresa a través no de los ojos sino de los intestinos de Oscar Fate. Desde un comienzo uno advierte la influencia de la narrativa estadounidense, su factualidad, algo muy lejano ya a La parte de los críticos donde el ejercicio bolañesco se mostraba de pronto mezquino, donde nos refería las voces y las pláticas pero donde nunca escuchábamos realmente a los personajes. En La parte de Oscar Fate, en cambio, los personajes se alejan de Bolaño y de lo bolañesco y siguen un rumbo independiente. Y uno lo agradece. Tiene algo de un tema recurrente, y que en referencia a México casi se trata de un subgénero, el personaje extranjero que se hunde en el abismo de las ciudades y la realidad mexicana (Lowry, Lawrence, Greene, Bellow, el mismo Bolaño, Fresán, ) pero que supera al no ajustarse a lo folclórico y simpático (lo mismo que sus antecesores, no digo que ellos no) Es lo que uno admira, la capacidad de Bolaño para plasmar la realidad de Santa Teresa sin caer en trucos baratos, en enumeraciones idiotas. Al final Fate vislumbrará un poco de la pesadilla de Santa Teresa y el primer párrafo tendrá sentido: ¿Cómo salir de aquí? ¿Cómo controlar la situación? Y luego otras preguntas:¿ Realmente quería salir? Es la parte que más he disfrutado, la de la narración pura. Ayer tenía muchas ideas para escribir pero hoy se han esfumado, lo que habla de la superficialidad de mis ideas. Lo que me sucede con esta parte es que la acción pura no permite decir nada sino: Léela. Lee la historia de Fate y de Rosa Amalfitano, lee su gira por las calles y los bares de Santa Teresa, contempla a Rosa Amalfitano, a Charly Cruz, el rey de los vídeos.

La parte de los crímenes.

La muerta apareció en un pequeño descampado en la colonia Las Flores. Vestía camiseta blanca de manga larga y falda de color amarillo hasta las rodillas, de una talla superior.

Unos tres años atrás, creo, acudí a una conferencia de Sergio González Rodríguez incluida en el tema de las muertas de Juárez. Un hombre pequeño, de ojos vidriosos y grandes, cabellera alborotada, y que parecía haberse resignado a provocar morbo e interés de la peor manera, la de la crónica imperturbable de unas cuantas centenas de asesinatos. Hasta cierto punto es cierto. Hay morbo en ello en la misma cantidad que hay interés y eso es lo que sucede, en 2666, con La parte de los crímenes. No es raro, por supuesto, la aparición súbita de un personaje llamado Sergio González Rodríguez, periodista cultural del DF, ni que los hechos narrados en esta parte se yuxtapongan a los sucesos reales, como el apresamiento de un extranjero (que en la novela se trata del alemán Hass –que a la larga descubriremos como el nieto de Archimboldi-) como responsable de los asesinatos, o el asesinato de la turista holandesa (personificada en la novela como Lynn Ann Sanders) o los móviles, ajustados a final de cuentas a la teoría de la conspiración que el propio Sergio González planteó: una logia de figuras poderosas que llevaban a cabo ritos cruelmente sexuales que terminaban en la muerte de mujeres en la ciudad de Ciudad Juárez.
Y quizá este sea el talón de Aquiles de esta novela, si agregamos, además, la lista inacabable de los asesinatos, cientos de niñas muertas y violadas cruelmente. Lo que es verdad es que esa aparente trivialización del asunto (una crónica más o menos forense de los asesinatos) coincide plenamente con la trivialización que se produjo en el país a raíz de los asesinatos de Ciudad Juárez, más de cuatrocientos a la fecha, y que sólo resurge tras la aparición de un libro o un cortometraje, para después hundirse una vez más en su miseria, en la falta de resultados. Lo que, en Bolaño, provoca un juego de espejos porque si es cierto que uno podría pensar en una suerte de novela policíaca, también es cierto que, como en toda novela policíaca, uno se creería con la certeza de hallarse finalmente ante un encadenamiento lógico de elementos aparentemente dispares. Pero no es una novela policíaca. Quién sabe qué mierda es. Una crónica, el reportaje ficcionalizado de la realidad de Santa Teresa, o sea, la realidad del tercer mundo aquejado por los vicios de su industrialización. Sin contar que en la realidad el caso continúa abierto.
Pero qué es La parte de los crímenes. Es la historia del policía Juan de Dios Martínez, la historia del policía adolescente Lalo Cura (que nada tiene ver con la locura), es la historia de Klaus Hass, acusado de usar su negocio de computadoras para atraer mujeres trabajadoras (algo que tiene su similar en las investigaciones reales) y su adquisición de un conocimiento que sólo se logra en los más bajos fondos, en este caso, en la cárcel de Santa Teresa. Pero sobre todo es la historia de cientos de mujeres violadas y asesinadas impunemente. Y, por supuesto, es una historia sin final, aunque Bolaño ponga de relieve la teoría de la conspiración de su amigo Sergio González Rodríguez: una logia que contrata mujeres para sus orgías y que son asesinadas por dos sicarios del narcotráfico antes de ser arrojadas en cualquier parte, esto último según González Rodríguez. Si lo pensamos nuevamente puede que caigamos en el lugar común inevitable a la hora de hablar de las subhistorias; podría decir que como dice Hemingway sólo una parte del iceberg es visible para nosotros y que el resto permanece escondido como el núcleo que soporta los actos de los personajes, el núcleo que da sentido a los actos más descabellados o a los actos más heroicos. A lo mejor eso le funciona a Hemingway y a quienes lo siguen repitiendo sin cansancio, pero lo que veo en Bolaño es todo lo contrario, un afán de dejar al descubierto lo que sucede y dejarlo así, como si tal cosa. Un narrador adepto a los eufemismos, un narrador que crea misterio no por el misterio mismo sino por la descontextualización y por los diálogos imprevistos. Sin embargo creo que ese fue el hallazgo de Bolaño y es bueno que haga uso de él. A algunos les aburrirá la larga crónica de La parte de los crímenes. A otros no. Lo cierto es que Bolaño se atrevió a hacerlo y creo que no sale mal parado.
En cualquier caso ha escrito una historia policíaca sin culpables, y sin condena, como debe ser.

La parte de Archimboldi.

Terminé la novela. Y La parte de Archimboldi, sin asomo de dudas, es la novela que más he disfrutado. Si en la novela anterior nos encontramos con una galería inmensa de autopsias, una galería que parecía contener vida pero que en realidad no era así (la larga lista de mujeres y niñas de las que sólo captamos un guiño y una mirada), pues en esta ocasión el proceso es el contrario y la recompensa resulta una galería igualmente inmensa de personajes e historias, cada uno una cervical en la vida del escritor y soldado Benno Von Archimboldi. Es, además, una novela iniciática, de formación, una novela de artista con tonos vieneses, una novela de aventuras y al final una amplia reflexión sobre el papel de la literatura en la vida de un hombre. Esto es lo más interesante. Parece que Bolaño pone la experiencia sobre la literatura, y si resulta mejor, la experiencia dotada de sentido a través de la literatura. No es la novela clásica sobre el proceso formativo de un escritor, sus obsesiones, su imposibilidad de escribir, esas cosas. Al contrario, la literatura se reduce a un sistema práctico de aprehensión del mundo. No hay solipsismos baratos (al menos yo no los vi), no hay una visión del mundo restringida por la visión del arte. Lo que hay es una sed tremenda de contar historias, así de tonto. Y quizá, cuando hablamos de la maestría bolañesca- algo que no habíamos entendido bien, o no quisimos aceptar, o las editoriales y los críticos nos vendieron-, quizá nos referíamos intuitivamente a su capacidad para encontrar historias en cuanto estuviera al alcance de su mirada. La parte de Archimboldi revela mejor que nada esa capacidad suya, admirable, de llevarnos de la mano entre decenas y decenas de historias de otras tantas posibles novelas. Ya he dicho que no me quiero comportar como un incondicional de Bolaño. Pero se ve difícil últimamente hallar un escritor con la madera que él tuvo. Aquí pueden lanzarme una botella y romperme la cabeza. Habría muchas cosas que decir sobre esta novela. Dejo a los críticos profesionales y a los académicos decidir si esta novela vale la pena o no. Muchos, como es normal, criticarán el lado flaco. Hay una manera vívida de hacer crítica y ser inteligentes y esa se sostiene en hallar, siempre y a todo costo, los puntos débiles del enemigo ofuscando de esa manera lo bueno que pueda tener. Pero en la balanza 2666 se sostiene como un trabajo valiente y claro, como el ejercicio tremebundo de un escritor que se atrevió a contar hasta la última historia posible. La lección de Bolaño, en este caso, no es una lección de estilo ni mucho menos. No ha instalado un canon y no sé si ha abierto caminos. Pero ha mostrado algo que a veces se olvida, que la literatura vale la pena, y que en ella los hombres pueden ser felices o desdichados tan sólo por el mérito de sus propios esfuerzos.

Nota al margen

Leyendo un poco las reseñas sobre 2666 disponibles en la red me encuentro con opiniones que con el paso del tiempo se van convirtiendo en lugares comunes. El hecho, por ejemplo, de que Bolaño hubiera casi ofrendado su vida por escribir esta novela. O su decisión de publicar 2666 en cinco novelas algo “más llevadero y rentable, para sus editores tanto como para sus herederos, con cinco novelas independientes, de corta o mediana extensión, antes que con una sola descomunal, vastísima, y para colmo no completamente concluida.” Estos dos simples asertos, en mi opinión, han influido mucho en esas reseñas. Los reseñistas han hecho un balance cuantitativo, primero, comparando la novela con otras sólo por su extensión, mientras que por otro lado nos encontramos con un balance nostálgico, la pérdida de Bolaño, la nostalgia por las obras que pudo habernos dado y ya no nos dio. Por supuesto hace falta tiempo para criticar bien cada una de las novelas. Y un día, seguramente, un grupo de académicos gringos pondrá al día la contabilidad de personajes de este inmenso trabajo, también el relieve que una ciudad imaginaria como Santa Teresa tiene para las letras hispanoamericanas, tan en deuda con las ciudades de la imaginación, y quizá se hablé de esta ciudad fantasmal y terrible en comparación con otras ciudades imaginarias. Macondo, Comala. Y quizá de cierta poética de la violencia, tan de moda, como La virgen de los sicarios, o esas novelas que han puesto como tema la realidad violenta y resignada de sociedades católicas y preindustriales, con un pie en el primer mundo de las apariencias.
Pero 2666 no se estancó en un solo tema. No denuncia simplonamente la violencia, tampoco se escuda en ella para crear un lenguaje desaforado y estúpido. También es un paseo por la historia de Europa, sólo un paseo, y por el de los caminos encontrados de la literatura y la obligación que se le ha dado de encumbrarse incluso pese a sí misma. Y es un alegato contra las sociedades industriales en un mundo marginado; y también un paseo íntimo por un país desgarrado, perdón por el lirismo, y víctima de los elementos más nocivos y desgastantes.

posted by Unknown @ 1:25 PM,

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